Wonder Woman
EE UU, 2017
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Lo mejor que le puede pasar a una película (que no olvidemos que no es más que un artículo comercial con la finalidad de que su productor gane dinero al que, a veces, se le incluyen excusas narrativas y artísticas) es generar polémica morbosa antes incluso de su estreno. En estos tiempos de feminismo creciente y tendente a la omnipresencia, en demasiado pocos casos por convencimiento genuino, en demasiados por miedo al qué dirán, y con un porcentaje aún importante del público anclado en ideas de desigualdades de otros siglos, la cinta que, según aseguran los créditos, dirige
Patty Jenkins ha tenido la inmensa fortuna de que a la protagonista se le haya querido colgar la etiqueta de adalid de la lucha por la liberación del mal llamado sexo débil. El título, todo hay que decirlo, invita a hacerlo: “Mujer Maravilla” suena llamativo y poderoso. No obstante, queda a juicio de ellas determinar si, en este sentido, las características y comportamientos que exhibe la heroína son dignos de admiración o no; en ese jardín ya se han metido muchos varones y, con razón, han salido escaldados, así que, si no les importa, me abstengo.Permítanme, pues, tratar esta peli en pie de absoluta igualdad, como si fuera una de superhéroes sin ningún condicionante especial más allá del superpoder de turno y las asunciones mentales que la fantasía obliga a hacer. Y aun así, tampoco cuela. La implacable cazadora que erradicará el mal de la Tierra que pretende ser Diana (“Dayana” en el terrible, lamentable, dolorosísimo doblaje castellano) es una moñas de manual, de esas que no se sacan el amor de la boca así estén despedazando a quinientos enemigos de una tacada. La ambientación es bélica y particularmente cruenta, la amenaza de spoiler impide dar más detalles, y aun así la actuación de Gal Gadot parece estar siempre a punto de invocar unicornios saliendo de nubes de purpurina. Es contundente, violenta a veces, sí, pero no se atisba por ningún lado la firmeza de mente que se presupone a alguien destinado a salvar el mundo, más allá de disquisiciones pseudofilosóficas sobre el bien y el mal que un alumno discretito de la ESO podría superar.
Es más: tenemos hasta la tópica historia romántica mil veces vista, con el matiz, probablemente suficiente para no pocos espectadores, de que es ella quien lleva los pantalones. Por lo menos la parte contratante, el capitán Trevor que interpreta con acierto Chris Pine, tiene sentido en la acción, algo menos habitual de lo que cabría esperar. Los malos malísimos, en la piel de Danny Huston, David Thewlis (especialmente destacado) y la palentina Elena Anaya, sí que están muy logrados, bastante más que los buenos. Claramente no es un problema de interpretación, y ni siquiera de trama, puesto que la historia en sí misma, aunque algo previsible, tiene su punto de interés y de intriga, sino de guión y personajes; de hecho, la propia líder de la pandilla lo deja bien claro cuando, a mitad de las dos horas largas que dura el filme, le suelta a uno de sus secuaces que su papel es irrelevante y se queda tan ancha.
La dosis habitual de efectos especiales no solamente no ayuda a salvar la papeleta, sino que se antoja excesiva y, en ocasiones, alarga innecesariamente el metraje. Wonder Woman entretiene durante un rato pero se acaba haciendo pesadísima, que es lo peor de lo que se puede acusar a una obra de su género. La justificación más aceptable para defenderla vendría ligada, de nuevo, a su supuesta preponderancia moral por el mero hecho de que quien chupa cámara durante más tiempo tenga un tipo determinado de genitales en lugar de otro. Enhorabuena para el, o la, que considere que este detalle basta como para aplaudir un aburrimiento como el que nos han proporcionado DC y la Warner.
La próxima: ¿Red?



















mencionaría algún catedrático, la imagen que tengo del tal Sherlock es la de un Repelente Niño Vicente versión gentleman. Al menos con Ibáñez y su obra te ríes. 
¿Qué puede haber peor que un octógono amoroso de credibilidad más que dudosa aderezado con una sarta de tópicos sin gracia, todo ello ambientado en un entorno mitad opulento, mitad decadente? Difícil de superar, ¿eh? Pues imagínense todo eso, pero con versiones chungas de música ochentera, una década que, pese a tanta mitificación y tanto “revival” como se están sacando de la manga últimamente a base de anuncios de Coca Cola, en general en el ámbito sonoro es bastante prescindible. Versiones chungas no sólo en cuanto a la adaptación, ya de por sí motivo de juicio sumarísimo, sino también, y muy especialmente, en la interpretación. Es lo que tiene pretender hacer un musical contratando para ello a actores de los que es público y notorio que no saben cantar y tampoco tienen dominada la técnica del playback, mucho más difícil y meritoria de lo que parece. Sólo se puede aplaudir a la muy guapa Lucía Jiménez, quien se nota que de gorgoritos sabe un rato. Al resto les han metido en el embolao y salvan la papeleta como buenamente pueden, aunque a María Esteve se le agradecen los servicios prestados pero casi mejor que asuma que esto no es lo suyo. 



increíble si se analiza en frío pero que, tal como está contada, parece lo más natural del mundo.
Porque además, tan hartos como podemos estar a estas alturas del Hollywood edulcorado habitual, nunca está de más echar mano del cine independiente (o algo parecido: hablamos de más de un millón de dólares) y sus soplos de aire fresco. Es difícil imaginar que uno de los grandes estudios, tan puritanos ellos, autorizara, más que el argumento (que aun así no deja de ser impactante), la forma de rodar de Tarantino. Hay acción, sin duda, porque esto es una película de tiroteos y esas cosas. Pero también hay diálogos sesudos (moderadamente, no se me asusten), que aunque cualquier madre censuraría por malsonantes, son tan valiosos, y tan entretenidos, como los disparos propiamente dichos, si no más. Hay planos larguísimos, que desesperarían al productor en busca del taquillazo fácil, pero que mantienen la intriga y atrapan la atención del espectador impaciente por ver cómo se resuelven. Hay también excepciones a esto último, claro, y momentos donde dan ganas de decir “Oye, Quentin, que esta parte ya la he pillado, a ver si arrancamos de una vez”, pero son los menos. Y hay violencia. Mucha violencia. Y de lo más explícita. Bastante gratuita en algunas ocasiones, en otras bien justificada por el guión. Son las cosas de Tarantino: a algunos les dará grima, a otros les parecerá genial. En todo caso, si luego tienen pesadillas no digan que no se lo advertí.



