Sherlock Holmes
EE UU, 2009
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¿Se imaginan a un escribano cinéfilo natural de regiones como Carintia, Mordovia, Sumatra o cualquier otro lugar de nombre enrevesado, a quien encomendaran redactar una crítica sobre La Gran Aventura de Mortadelo y Filemón (que caerá por aquí un día de estos)? Poco más o menos la misma cara, que algún amigo definiría como “de vaca que ve pasar el tren”, se me quedó cuando me tocó enfrentarme a la última de Guy Ritchie. Qué quieren que les diga, la obra literaria del señor Conan Doyle nunca me ha atraído lo más mínimo. Reconozco que en el fondo hablo por hablar, pero entre lo que me cuentan quienes sí son seguidores de sus novelas y las “referencias culturales implícitas en la sociedad” que mencionaría algún catedrático, la imagen que tengo del tal Sherlock es la de un Repelente Niño Vicente versión gentleman. Al menos con Ibáñez y su obra te ríes.
El prejuicio se refuerza una vez vista la película, donde el personaje Holmes, tan sabiondo él, tan perfecto, retorcido cual campeón mundial de ajedrez y con los reflejos de Jackie Chan tras un par de anfetaminas, confirma la fama de cargante que tenía de él. Supongo que ése era el objetivo, por lo que la muy verosímil actuación de Robert Downey Jr. es digna de aplauso. Eso sí, si yo fuera el doctor Watson ya le habría calzado un par de guantazos. Igual lo exige el guión de la época victoriana, pero no me resulta creíble alguien que le aguante tantos desplantes a otra persona, por muy mejor amigo que sea. Es lo que hace el personaje de Jude Law, también bastante competente aunque con pinta de sentirse un poco fuera de sitio al tener que encarnar a un secundario. El más importante de ellos, pero segundón a fin de cuentas. Luego está el inevitable florerillo femenino que aporta poco a la historia pero que sirve para ganarse a un determinado sector del público que si no ve momentos románticos, en el sentido moñas de la palabra, no sale contento del cine. Será el vestuario, será el maquillaje, será más bien ella misma que no da para más, pero Rachel McAdams no es lo suficientemente atractiva como para cumplir esta función.
De la trama ignoro qué opinarían los lectores de hace dos siglos, ni sé si sería científicamente posible todo lo que se plantea con los conocimientos de la época. En realidad tampoco importa mucho. Ya saben que el espectador medio se sienta en su butaca para echar un rato entretenido, y esta obra entretiene. Tiene ritmo, tiene tensión, tiene momentos de intriga que no se sabe por dónde van a salir, tiene hasta sus puntos de humor, sin abusar. Es facilita de entender: salen los buenos buenísimos que quieren salvar el mundo y los malos malísimos que pretenden apoderarse de él, con algún que otro individuo que hasta última hora no se sabe bien con quién va, para darle un poco de gracia al asunto. Además, cuando la historia acaba no queda ningún cabo suelto: todo, absolutamente todo, se explica hasta el último detalle, algo muy de agradecer. Los ciento veintipico minutos que dura se quedan en el punto justo para no hacerse largos.
Haciendo balance, se concluye que la peli es buena. Merece la pena ir a verla. Pero las chicas de adorno están demasiado metidas con calzador. Pero el jefe de las fuerzas del mal (Mark Strong) no da mucho miedo, aunque sí bastante mal rollo. Pero los dos protagonistas siguen mereciéndose una buena bofetada, uno por cansino, el otro por pasmarote. Pero la pirotecnia se antoja excesiva para finales del siglo XIX. Demasiados peros para darle a la cinta una calificación más alta. Lo mismo Sherlock investiga, deduce cómo pulir estos desperfectos y lo explica empezando por la famosa frase que, al parecer, nunca llegó a utilizar en los libros.
La próxima: El método
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