Resacón en Las Vegas
(The Hangover)
EE UU, 2009
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Es público y notorio, y si no se lo sabían apúntenselo porque entra en examen, que a los juntaletras hay dos cosas que nos cuestan en el ejercicio de nuestra tarea más que ninguna otra. Una de ellas es amoldarnos a los plazos y, sobre todo, a los espacios. Porque no falla: si te fijan una extensión concreta (ahora es cuando mis lectores me agradecen que me haya impuesto a mí mismo no torturarles durante más de una página con interlineados y márgenes estándar en Times New Roman del 12), lo que tienes que decir siempre ocupará o bastante más, y tendrás que exprimirte neuronas para recortar, o bastante menos, y tendrás que exprimirte neuronas para inflar con paja. La otra, casi un párrafo después, es encontrar un buen título, algo con gancho, la frase perfecta que incite al lector a avanzar por el texto. Por eso agradecemos sobremanera cuando esa frase la suelta uno de los personajes, en este caso el dentista desdentado y cornudo que interpreta con relativo acierto el desconocido Ed Helms.
Tenga claro el que se anime a ver esta película que se va a encontrar con una americanada de las que cumplen con todos los tópicos y requieren el consumo de cantidades industriales de palomitas. No faltan explosiones, persecuciones temerarias por carretera, golpes de todo tipo, situaciones ridículamente embarazosas o señoritas de buen ver a las que, oh cruel paradoja, no se les llega a ver nada. En concreto este filme es del género “americanada de risa”. Y hombre, reírse, se ríe uno, ese mérito no se lo negamos. Tiene sus puntos divertidos e incluso en algunos momentos llega a ser sublime.
Otras escenas, sin embargo, pretenden provocar la carcajada y lo máximo que consiguen es sonrojar a quien esté al otro lado de la pantalla. Para no defraudar a los más fieles seguidores del estilo, incluye su pertinente colección de diálogos llenos de palabros malsonantes que no vienen a cuento. Me dijo un profe en su momento que soltar un taco está bien cuando está bien, que para eso los recoge el diccionario (nunca le estaremos lo suficientemente agradecidos a don Camilo José Cela), pero que cuando no pega y se suelta con la supuesta intención de caer en gracia, se termina convertido en el graciosillo de turno que a todo el mundo toca la moral. Habría que montar una comisión de investigación para ver si el responsable es el jefe de doblaje (nada del otro mundo en este caso) o hay que pedir cuentas directamente a los yanquis.
El problema de la película es muy fácil de detectar: dura 99 minutos. Que no parece mucho, en peores nos hemos metido, pero siendo muy generosos le sobran como mínimo 15. Y para rellenar, los guionistas, un tal Jon Lucas y un tal Scott Moore, a quienes se reconoce la valentía del planteamiento temporal novedoso para este tipo de cine, no han tenido mejor idea que incluir un puñado de situaciones absurdas. Un simple botón de muestra: sale Mike Tyson con un tigre. La historia tiene su interés, pero con tanto requiebro innecesario acaba uno perdido, como supongo que estaría el director (Todd Phillips) cuando le encargaron lidiar con semejante colección de disparates.
La cortesía obliga al menos a enumerar a los intérpretes: el citado Helms, el exagerado Bradley Cooper y el poco creíble Zack Galifianakis, pronúncienlo si se atreven, vendrían siendo los actores principales. Actriz principal no hay, eso que nos ahorramos, porque el nivel suele ser tirando a regular. Con estos mimbres sale un cesto resultón, adecuado para guardar la compra de la casquería. No intenten creer que es un florero de porcelana de diseño.
La próxima: Los 2 lados de la cama
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