sábado, 10 de agosto de 2013

Guerra Mundial Z: Ni muertos ni con historia

Guerra Mundial Z
(World War Z)
Estados Unidos, 2013
✰✰✰

Ni el más fanático y empedernido de los cinéfilos sería capaz de afirmar que su objeto de deseo es un producto de primera necesidad. Una persona que se niegue a pagar el cada vez más desorbitado importe que cobran por la entrada, o por el alquiler, o por la descarga, o por cualquier otro método legal o ilegal que inventen, posiblemente tenga una vida más aburrida, pero morirse, lo que se dice morirse, no se morirá. De ahí que, al ser éste un arte que busca rentabilidad comercial, uno de los elementos más importantes que deba tener un filme sea la originalidad. Alguien puede pasar décadas usando la misma pasta de dientes, o consumiendo la misma marca de yogures, pero, salvo casos específicos de fenómenos que perduran año tras año haciendo siempre lo mismo (y que, aunque siempre tengan su público, al común de los mortales se les acaban haciendo cansinos), el espectador medio se aburrirá ante el mismo espectáculo una y otra vez. Nuestro idioma tiene incluso una frase hecha al respecto: “esta peli ya la he visto”.

Probablemente haya más, pero existen al menos dos géneros de cine en los que, por las características intrínsecas a su temática, innovar es muy complicado. Uno de ellos es el pornográfico, que en esta ocasión no viene al caso; el otro es el de zombis. Cuando una película va de muertos vivientes, o no muertos, o como se les quiera llamar, y cuando, pese a lo engañoso del título, no haya la menor intención de disimular el argumento, una serie de convenciones se dan por sentadas: habrá un montón de seres humanoides con mucha mala leche, que intentarán transmitírsela a cuantos encuentren a su paso, normalmente a base de mordiscos, y habrá un héroe que intentará salvar al planeta del destino tan sórdido que le espera. No quedan muchos factores para jugar: de dónde sale la demencia de los rabiosos, qué puede hacer el protagonista para arreglar el problema, y poco más. Por desgracia, a estas alturas casi todas las variantes que se puedan imaginar están ya hechas: hay más friki suelto de lo que creemos.

Por eso, antes de meterse en el jaleo de rodar una de zombis, con todo el despliegue de maquillaje, efectos especiales y casquería variada que se necesita para que sea creíble, se debería tener muy claro cuál va a ser el giro argumental, el truco mágico, el detalle más o menos sutil, más o menos llamativo, que marque la diferencia. Esta vez, qué se le va a hacer, los guionistas no lo tenían. Así de simple y así de grave. Quien jamás haya visto algo de semejante temática se encontrará con una obra entretenida, técnicamente muy buena, que se deja ver y que, en 116 minutos, no tiene tiempo para hacerse pesada. Para el resto del mundo, es un continuo y muy previsible “más de lo mismo” en el que Marc Forster, el hombre que se sienta en esa silla que tiene escrita la palabra “director”, no puede, no quiere o no le dejan aportar nada.

Con maldad podría pensarse que los productores no le han permitido meter baza por temor a que alguna decisión pudiera quitar una mínima cuota de protagonismo a Brad Pitt, el figurón que monopoliza la trama, pese a que su interpretación sea sólo correcta, sin alardes, y a que su personaje sea un tipo con la rara virtud de resultar misterioso e insulso a la vez. Como no hay más remedio que meter a más gente, le acompañan, a ratos, turnándose, las señoritas Mireille Enos (bastante floja) y Daniella Kertesz (algo mejor). El resto del reparto son muchos secundarios, y hasta terciarios, de los que usted, espectador medio que no tiene tiempo ni ganas de leer revistas especializadas, no habrá oído hablar jamás. Ninguno destaca, perfectamente integrados como están en una película que, por el atractivo del cartel, lo mismo triunfa en taquilla y todo, pero de ninguna manera se hará un hueco en los libros de historia.

La próxima: Wonder Woman

(Publicada originalmente en la sección de Cine de Vavel)

viernes, 26 de julio de 2013

Tú y yo: Solo, acompañado y aburrido

Tú y yo
(Io e te)
Italia, 2012
★★✰✰✰

Si es que no lo hace ya, la ciencia de la antropología social debería incluir en sus estudios un concepto clave en las relaciones humanas: la reputación. Siempre hay casos flagrantes y clamorosos de personas que se cargan toda su trayectoria con algún gesto chocante, pero en general no tendemos a valorar a alguien por acciones puntuales, sino que consideramos sus hazañas y fracasos anteriores antes de formarnos una opinión. De tal manera, si el balance es positivo, inconscientemente somos más propensos a perdonar sus pecados, mientras que en caso contrario nos lanzamos al cuello ante cualquier desliz. Es una actitud probablemente injusta, pero tan natural como inevitable.

El italiano Bernardo Bertolucci es un tipo con la fortuna de contar con una reputación excelente en lo suyo, que es dirigir películas. No cabe duda de que se la ha ganado, como se comprueba con facilidad repasando su filmografía repartida a lo largo de varias décadas y llena de obras que público y críticos acostumbran a tener en alta estima. Quien va a ver “una de Bertolucci” acude a la sala predispuesto a aplaudir su arte y su talento… aunque lo que aparezca en pantalla sea tan raro como difícil de asimilar.

Don Bernardo nos plantea en esta ocasión la historia de Lorenzo, un adolescente romano de personalidad, digámoslo sutilmente, compleja, con el que espera que el espectador se sienta identificado. Pero, a pesar del buen trabajo del jovenzuelo debutante Jacopo Olmo Antinori (sólo por comprender lo que exigía de él el guión ya merece elogios), vive de forma tan extraña que cuesta un mundo entenderle y solidarizarse con él. Las dos intervenciones femeninas, la de la hermanastra (Tea Falco, que da el perfil perfecto para hacer de yonki) y la madre (Sonia Bergamasco), no llegan a ser brillantes, pero sí bastante convincentes. De hecho, la película ganaría bastante si la segunda tuviera algo más de protagonismo en la trama.

Argumentará alguien que si el chaval fuera “normal” todo esto no tendría gracia alguna, lo que no deja de ser cierto… pero, pese a tratarse de una edad tan difícil como los 14 años, en ocasiones el sinsentido es de tal calibre que se hace casi imposible de creer. Tampoco ayuda que durante muchos de los 103 minutos de metraje únicamente aparezca Lorenzo, en completa soledad y silencio (ni siquiera hay música), en poses variadas a cuál más desconcertante. No esperen acción vertiginosa, pues se trata de un filme de esos “de pensar”, en los que, en teoría, no se ahonda en lo que los protagonistas hacen o dejan de hacer (que es más bien poco), sino en sus conflictos psicológicos. Algunos de ellos afectan a las relaciones entre personajes, lo que se agradece porque aportan un poco de ritmo, pero en ciertos casos (permítanme no desvelar cuáles) se quedan sin resolver, y otros muchos son propiedad exclusiva de la mente de Lorenzo, estando tan mal explicados que carecen de interés. De hecho, avisados están, la primera media hora se hace pesadísima, si bien con el tiempo remonta el vuelo.


Tengan por seguro que si preguntan por esta película en según qué círculos no oirán más que alabanzas, consecuencia de la devoción casi religiosa que despierta el nombre de su director. Fíense de ellos sólo hasta cierto punto: no es una obra ni mucho menos mala, tiene incluso momentos de brillantez, pero hay demasiados altibajos como para poder considerarla buena, y a ratos resulta lenta y repetitiva. Si les da por ponerse técnicos podrán admirar cosas como la fotografía, o lo inusual del encuadre de algunos planos en un espacio físico tan reducido, pero si van con mentalidad de espectador común, corren grave riesgo de aburrirse.

La próxima: Guerra Mundial Z

(Publicada originalmente en la sección de Cine de Vavel)