domingo, 31 de octubre de 2010

Los ojos de Julia: Terror con legañas

Los ojos de Julia
España, 2010
✰✰✰

Querido Guillem Morales: he visto la peli que has dirigido, ésa en la que sale Belén Rueda haciendo de chica que ve poco, y te quería comentar un par de cosillas. A ver, yo te tengo aprecio, porque se nota que controlas de esto, y que además has visto mucho cine y sabes cómo funciona este invento. Entonces, si me lo permites, me gustaría darte algún que otro consejo, porque tú y yo sabemos que te podría haber salido bastante mejor. Me dirás “tú que sabrás, listillo”, y no te quito la razón, pero chico… estarás conmigo en que si filmas una película de terror “psicológico” (que esa es otra: pregunta a los de publicidad que dónde está la psicología en ver gente acuchillada con litros de salsa de tomate) y la gente en las butacas se parte de la risa en determinados momentos, hay algo por ahí que no has hecho bien.

Y no es la elección de actores, ¿eh? En eso no te discuto el mérito, porque viendo el panorama español e imaginando el presupuesto que manejarías, no creo que hubieras podido encontrar nada de más nivel. Los chicos no lo hacen mal, aunque dile a Pablo Derqui que espabile un poco y a Lluís Homar que se crea su papel, que estaba un tanto forzado; la protagonista femenina, en su línea, bastante correcta, pero no pasa de ahí: como dicen los modernos en la tele, no “transmite” gran cosa. El fallo tampoco lo tienes en la escenografía: veo que el maestro Del Toro te ha enseñado algún que otro truquillo que has sabido aprovechar bastante bien. Nada te tengo que decir ni de músicas, ni de efectos especiales, ni de ambientación, ni de nada de eso, porque veo que lo tienes más que dominado y tampoco quiero aburrirte.

El problema, Guillem, lo tienes más arriba. Me fastidia, porque ya te digo que me caes simpático, pero el guión es un despropósito. A ver cómo te digo esto sin que suene muy ofensivo… Mira, en tu película hay tres tipos de escenas. Por un lado están las que te han salido bien, le dan un pelín de ritmo al asunto y hacen que todo esto se deje ver. Por desgracia, son una minoría. Luego están las que podrían ser buenas, pero por hache o por be no resultan nada creíbles, aunque todavía tienen un pase porque bueno, vale, dentro de la historia que estás contando pueden encajar. Y para acabarlo de arreglar, las que faltan son las directamente imposibles, las que o bien por falta de documentación (no sé cuántos días habrás ido a la ONCE a tomar apuntes, pero para la próxima te recomiendo que te acerques al menos una jornada más) o por pura falta de sentido, no hay por dónde cogerlas.

Con todo esto te ha salido una trama con buena pinta, pero que tiene demasiados puntos flojos. Si a esto le sumas que se te ha ido la mano y has confundido la cultura cinéfila de la que te hablaba antes con alguno de los tópicos más burdos del género, pues ahí tienes las consecuencias: la pobre señora Rueda intentando salvar el pellejo mientras el respetable se desternilla, como si estuviera viendo una Scary Movie cualquiera.


Así que ya lo sabes para la próxima: cuando te pongas a rodar, la parafernalia está muy bien, ya sé que hay que justificar hasta el último céntimo de subvenciones, y esa parte la tienes bien encarrilada… pero en tal materia los yanquis nos dan mil vueltas, que para eso son más, y más fuertes. Quien acuda a ver cine español lo hará más bien buscando que la historia le atraiga y le enganche: para ver grandes despliegues de medios la gente pasa del sucedáneo cutre nacional y se va al original importado, que mola más. O sea, que hagas el favor de darle más vueltas al argumento antes de ponerte a rodar. Si no, como sigas así, vas a conseguir que en la próxima la gente que te vea cierre los ojos, pero no por miedo, sino por sueño.

La próxima: La red social

domingo, 10 de octubre de 2010

Origen: ¡Traigan un despertador!

Origen
(Inception)
EE UU – R.U., 2010
✰✰

Antes de meternos en harina, y como diría D10s “con permiso de las damas”, he de hacer una puntualización de capital importancia. No dudo de su talento como actor, que lo tiene, y además aquí lo vuelve a demostrar. No dudo de que haya sido un mito erótico de finales del milenio pasado, aunque yo sinceramente prefiero a su compañera de reparto en aquella película tan famosa del barquito que se hundía. Lo que me temo es que aquel naufragio en pantalla, que no en taquilla, le reportó beneficios suficientes para no volver a pasar hambre el resto de su vida, y el bueno de Leonardo DiCaprio se tomó el tópico al pie de la letra. ¿Han visto lo ceporro que se ha puesto, oigan, que parece que ha despachado él solo toda la producción de pizzas y hamburguesas de California? Vale que quien tuvo retuvo, y que la tropa de fans histéricas estarán siempre ahí… pero si me lees, quillo, Leo, apúntate a un gimnasio o algo, que con esa cara de pan se liga poco. Fíate, que de eso (de ligar poco) sé un rato.


Dicho lo cual (qué ganas tenía), insisto en que su trabajo en este filme es muy digno. Consigue dar vida a un personaje bastante profundo, lleno de contradicciones, de conflictos internos y de todas esas cosas que tanto les gusta destacar a los teóricos del cine, de forma bastante creíble, como si un jaleo de las proporciones del que tiene en mente el señor Cobb, al que interpreta, sea lo más natural del mundo. Confieso que yo era un tanto reticente a este tipo, al que veía como el típico figurín aupado al estrellato por su cara bonita (e hinchada), pero últimamente he visto un par de cosas suyas que me están haciendo cambiar de opinión. Tampoco están mal, aunque tengan menos nombre, los demás actores, entre los que cabe destacar a Joseph Gordon-Lewitt (que se luce lo poco que su papel le permite), los guiris Ken Watanabe y Dileep Rao, y la poco significativa parte femenina de la que se encargan en exclusiva una enorme Marion Cotillard y una sensiblemente más floja Ellen Page.

Muy bien, muy bonito esto de los intérpretes, pero se preguntarán ustedes de qué va la película. Pues va de dormirse. Hasta ahí puedo leer sin destripar. No quiero decir que sea aburrida, aunque me consta de gente que se ha quedado frita en su butaca. Los guionistas desayunaron raro el día que se pusieron a escribir y les salió una paranoia rarísima y retorcidísima sobre el mundo de los sueños en no sé cuántos niveles de profundidad. Entenderse, se entiende, pero hay que tener los cinco sentidos a tope, y quien tenga seis, el sexto; no se entretengan ni en comer palomitas, porque en cuanto se escape un detalle, por sutil que aparente ser, las piezas dejan de encajar, las referencias mentales se descolocan y se viene abajo el invento.

El esfuerzo que hay que hacer para no perderse en el argumento hace casi imposible fijarse en nada más. Poco puedo contarles, por ejemplo, de la banda sonora, porque no recuerdo ni dos corcheas seguidas. Algo bueno o malo según se mire: ¿pasa desapercibida porque es irrelevante o porque se funde perfectamente con la imagen? Decidan ustedes. Sí son más evidentes las horas que habrán echado en el laboratorio para llenar medio filme de efectos especiales fantásticos y muy bien logrados. El director, Christopher Nolan, también hace un trabajo decente al conseguir darle cierta coherencia a una historia tan compleja, pero cae en uno de los pecados habituales de los cineastas consagrados: la avaricia temporal, pues pretende que le entreguemos ¡dos horas y media! de nuestras vidas. Tanto desgaste pasa factura en el sufrido espectador, que aunque disfrute, corre serio riesgo de saturarse. La película merece la pena, y seguro que algún sector de frikis opina que es “de culto”, pero no vayan a verla un día que les duela la cabeza o no hayan podido echarse una siesta.

La próxima: Los ojos de Julia