miércoles, 10 de marzo de 2010

Los hombres que miraban fijamente a las cabras: ¡A mí la legión!

Los hombres que miraban fijamente a las cabras
(The Men Who Stare At Goats)
EE UU – R.U., 2009
★★★✰✰

Circula por las librerías una obra titulada “From lost to the river”, bastante recomendable para echarse unas risas a cuento de la impronunciable lengua de Shakespeare, Dickens, Benny Hill y demás personalidades ilustres de la cultura anglosajona. Ideal, se lo aseguro por experiencia, para regalar y quedar bien con alguien que se dedique a la enseñanza de tal idioma. El lector avispado ya habrá intuido que la gracia del volumen está en traducir a pelo expresiones castizas para que suenen que parezcan ustedes salidos de la misma Quéimbrich. Ignoro si entre las frases incluidas en el recopilatorio se encuentra “like a goat” y si un yanqui me entendería si se lo suelto, pero no se me ocurre definición mejor para la película que procedemos a destripar.

Claro que eso, en sí mismo, no tiene por qué ser malo, ¿eh? Simplemente significa que no deben molestarse en buscarle sentido al metraje, porque no lo tiene. Con decirles que el título se corresponde de manera fiel y rigurosa con la descripción y características de los personajes, creo que se pueden hacer a la idea del calibre del absurdo de que estamos hablando. Permite comprender muchas cosas el hecho de que los guionistas den a entender el tipo de ácido que se metieron antes de ponerse manos a la obra: el lisérgico. Pero insisto, no presupongan consecuencias negativas de todo esto. La historia es entretenida. Muy rara, pero entretenida. Y tiene hasta una especie de moraleja antibelicista, aunque resulta todo tan extraño que dos días después de haberla visto aún no estoy seguro del mensaje que querían transmitir.

Por si acaso, no me sean prejuiciosos y no esperen ver un discurso demasiado profundo, porque la filosofía y los estupefacientes no suelen ser buenos compañeros de viaje, aunque haya quien lo rebata (por ejemplo, hay una secta judía que intenta convencernos de lo contrario desde que hace dos mil y pico años a un niño le regalaron incienso junto al oro y a la enigmática mirra). Tampoco se deje engañar quien haya visto el trailer y pretenda mondarse, porque es cierto que tiene momentos de carcajada, pero no estamos ni de lejos ante un festival del humor. Llámenme repetitivo, pero es todo tan raro que ni siquiera sabría en qué género encuadrar esta peli. Hay ejércitos pero no es de guerra, hay risas pero no es comedia, hay algún momento triste pero no es drama, hay desamor pero no es un pastelón… Y lo más extraño de todo es que, dentro de su rareza, las piezas encajan y la historia acaba siendo creíble.

Quizás la clave del asunto es que el productor, y de paso actor principal, es un tal George Clooney que, ya que está puesto, borda su papel, bastante difícil por estar haciendo funambulismo sobre la línea sutilísima de lo esquizofrénico. Supongo que a cualquier otro mindundi que se acercara a las oficinas de la BBC con este guión le echarían a patadas. Pero no, Jorgito ha sido listo y ha sabido dejar claro que éste es “su” proyecto y que se hacía porque él se empeñaba. Para que no hubiera duda, el director es un semidesconocido amiguete llamado Grant Heslov cuyo toque personal, si lo hubiera, apenas se nota. El viceprotagonista, permítanme el palabro, es Ewan McGregor, correcto aunque más discreto que el jefe y a veces incluso dando la sensación de sentirse forzado. Luego también andan por ahí gentes como Kevin Spacey, Jeff Bridges o Stephen Lang, que salen poco pero bien. Se echa de menos, sin duda, una mayor presencia de la, en el fondo, mayor olvidada de este largometraje (no tan largo, 94 minutos): la cabra. Igual es que las fuerzas armadas del Imperio le han hecho un contrato en exclusiva y no le permiten salir ni en los desfiles patrióticos. O igual es que las cabras gringas no son ni de lejos tan fotogénicas como nuestra legionaria Blanquita

La próxima: Origen

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