martes, 27 de octubre de 2009

Los 2 lados de la cama: Silogismos desafinados

Los 2 lados de la cama
España, 2005
✰✰

Se quejan actores, directores, productores, estafadores y demás ralea de que el cine patrio vive una profunda crisis de la que no hay manera de salir, echándole gran parte de la culpa de sus males a ese peculiar fenómeno económico que han dado en llamar “piratería” por no encontrar palabra que intente resultar más ofensiva. Se queja el público, por su parte, de que el cine patrio vive una profunda crisis etcétera debido a que las películas que se hacen en nuestro país son de una calidad cuanto menos discutible. Visto el ejemplo que me ha tocado tragarme hoy, y con dolor porque en el fondo son compañeros de gremio, me temo que me toca darle la razón al segundo grupo.

¿Qué puede haber peor que un octógono amoroso de credibilidad más que dudosa aderezado con una sarta de tópicos sin gracia, todo ello ambientado en un entorno mitad opulento, mitad decadente? Difícil de superar, ¿eh? Pues imagínense todo eso, pero con versiones chungas de música ochentera, una década que, pese a tanta mitificación y tanto “revival” como se están sacando de la manga últimamente a base de anuncios de Coca Cola, en general en el ámbito sonoro es bastante prescindible. Versiones chungas no sólo en cuanto a la adaptación, ya de por sí motivo de juicio sumarísimo, sino también, y muy especialmente, en la interpretación. Es lo que tiene pretender hacer un musical contratando para ello a actores de los que es público y notorio que no saben cantar y tampoco tienen dominada la técnica del playback, mucho más difícil y meritoria de lo que parece. Sólo se puede aplaudir a la muy guapa Lucía Jiménez, quien se nota que de gorgoritos sabe un rato. Al resto les han metido en el embolao y salvan la papeleta como buenamente pueden, aunque a María Esteve se le agradecen los servicios prestados pero casi mejor que asuma que esto no es lo suyo.

El director, Emilio Martínez-Lázaro, quien por lo visto ya ha tenido éxito en su vida con engendros parecidos, se monta un cacao mental que no arregla ni Guillermo Toledo, siempre chisposo aunque algo cargante, ni el insulso Ernesto Alterio. Verónica Sánchez está muy voluntariosa y consigue salir con dignidad, al igual que Alberto San Juan, el mejor con diferencia, y el breve pero aprovechable Secun de la Rosa. Con tanta gente se (des)organizan unos jaleos de uniones, desuniones y arrejuntamientos que desafían el temario de cualquier profe de Lógica de bachillerato y logran a la vez la paradoja de no ser creíbles pero sí predecibles. Vale, sí, ya me sé ese rollo de que el amor no es nada lógico, ni siquiera sensato, y de que esto es ficción y se le permiten unas cuantas licencias. Pero oigan, hasta cierto punto, digo yo. Que una cosa es la pasión y otra llegar a un nivel en que casi ni los propios personajes sepan quién está con quién.

En la Universidad, ese pozo de sabiduría gracias al cual he acabado escribiendo cosas como esta y encima sin cobrar, nos contaron una vez que en España hacer una película, tenga el resultado que tenga en taquilla, es rentable gracias al pedazo de invento que son las subvenciones. Me consta, sin embargo, gente con ideas brillantes que ha de dejar sus proyectos en el tintero por pura falta de recursos. No quiero acusar sin pruebas, ya sólo me faltaría meterme en pleitos por un curro no remunerado, así que lo proclamo en condicional: si esta película ha recibido una sola peseta de mis impuestos por parte del ministerio de Cultura, algo huele a podrido en la nación. Algún subsecretario debería tomar cartas en el asunto. Mientras tanto, que no me vengan con cuentos de crisis y que la EGEDA, equivalente audiovisual de la SGAE, no llore: el cine “pirateado” seguirá siendo mayormente extranjero.

La próxima: Sherlock Holmes

jueves, 22 de octubre de 2009

Resacón en Las Vegas: Demasiado estúpida para insultarla

Resacón en Las Vegas
(The Hangover)
EE UU, 2009
★★

Es público y notorio, y si no se lo sabían apúntenselo porque entra en examen, que a los juntaletras hay dos cosas que nos cuestan en el ejercicio de nuestra tarea más que ninguna otra. Una de ellas es amoldarnos a los plazos y, sobre todo, a los espacios. Porque no falla: si te fijan una extensión concreta (ahora es cuando mis lectores me agradecen que me haya impuesto a mí mismo no torturarles durante más de una página con interlineados y márgenes estándar en Times New Roman del 12), lo que tienes que decir siempre ocupará o bastante más, y tendrás que exprimirte neuronas para recortar, o bastante menos, y tendrás que exprimirte neuronas para inflar con paja. La otra, casi un párrafo después, es encontrar un buen título, algo con gancho, la frase perfecta que incite al lector a avanzar por el texto. Por eso agradecemos sobremanera cuando esa frase la suelta uno de los personajes, en este caso el dentista desdentado y cornudo que interpreta con relativo acierto el desconocido Ed Helms.

Tenga claro el que se anime a ver esta película que se va a encontrar con una americanada de las que cumplen con todos los tópicos y requieren el consumo de cantidades industriales de palomitas. No faltan explosiones, persecuciones temerarias por carretera, golpes de todo tipo, situaciones ridículamente embarazosas o señoritas de buen ver a las que, oh cruel paradoja, no se les llega a ver nada. En concreto este filme es del género “americanada de risa”. Y hombre, reírse, se ríe uno, ese mérito no se lo negamos. Tiene sus puntos divertidos e incluso en algunos momentos llega a ser sublime.

Otras escenas, sin embargo, pretenden provocar la carcajada y lo máximo que consiguen es sonrojar a quien esté al otro lado de la pantalla. Para no defraudar a los más fieles seguidores del estilo, incluye su pertinente colección de diálogos llenos de palabros malsonantes que no vienen a cuento. Me dijo un profe en su momento que soltar un taco está bien cuando está bien, que para eso los recoge el diccionario (nunca le estaremos lo suficientemente agradecidos a don Camilo José Cela), pero que cuando no pega y se suelta con la supuesta intención de caer en gracia, se termina convertido en el graciosillo de turno que a todo el mundo toca la moral. Habría que montar una comisión de investigación para ver si el responsable es el jefe de doblaje (nada del otro mundo en este caso) o hay que pedir cuentas directamente a los yanquis.

El problema de la película es muy fácil de detectar: dura 99 minutos. Que no parece mucho, en peores nos hemos metido, pero siendo muy generosos le sobran como mínimo 15. Y para rellenar, los guionistas, un tal Jon Lucas y un tal Scott Moore, a quienes se reconoce la valentía del planteamiento temporal novedoso para este tipo de cine, no han tenido mejor idea que incluir un puñado de situaciones absurdas. Un simple botón de muestra: sale Mike Tyson con un tigre. La historia tiene su interés, pero con tanto requiebro innecesario acaba uno perdido, como supongo que estaría el director (Todd Phillips) cuando le encargaron lidiar con semejante colección de disparates.

La cortesía obliga al menos a enumerar a los intérpretes: el citado Helms, el exagerado Bradley Cooper y el poco creíble Zack Galifianakis, pronúncienlo si se atreven, vendrían siendo los actores principales. Actriz principal no hay, eso que nos ahorramos, porque el nivel suele ser tirando a regular. Con estos mimbres sale un cesto resultón, adecuado para guardar la compra de la casquería. No intenten creer que es un florero de porcelana de diseño.

La próxima: Los 2 lados de la cama

jueves, 17 de septiembre de 2009

Alguien voló sobre el nido del cuco: Un indio llorando

Alguien voló sobre el nido del cuco
(One Flew Over the Cuckoo's Nest)
EE UU, 1975
★★★★✰

No se asusten, queridos y muy bienvenidos visitantes rojiblancos: la directiva atlética no ha cometido recientemente ninguna de sus habituales barrabasadas que nos mandan de vez en cuando al muro de las lamentaciones; además, recuerden que esto va de cine, así que aparcamos el balón hasta cuando toque Evasión o Victoria. Lo del indio va en sentido literal: es un indio de verdad, de los norteamericanos, de esos enormes con melena lacia de pelo negro. Y sale en una de las últimas escenas de la película, y tiene su importancia y su significado y todo eso. Pero no se preocupen, que hasta ahí puedo leer, no les voy a chafar el final. Asuman este arranque como un intento de licencia literaria: a poco que se hayan dedicado a juntar letras sabrán lo difícil que es dar con un título medianamente aceptable.

Y no se lo destripo porque aconsejo que se pasen por su videoclub o su biblioteca de guardia, o si son gente pudiente directamente acérquense a una buena tienda, y háganse con un ejemplar de este buenísimo filme. Que no sólo lo digo yo, ¿eh? Que entre el rosario de galardones que se ha llevado, de esos trofeos que entrega la gente que dice que sabe, hay estatuillas para montar un todo a cien: sin contar candidaturas, tenemos seis BAFTA de la Academia británica, otros seis Globos de Oro, premios de las asociaciones y sindicatos de Actores, Editores, Directores, Guionistas y Críticos, casi una decena de laureles menores, condecoraciones en países tan dispares como Alemania, Francia, Italia, Suecia, Japón o hasta España, e incluso ya puestos, un Grammy por la sutil banda sonora que se sacó de la batuta el maestro Jack Nitzsche. Bueno, y también cinco Oscars. Que ya sabemos cómo se las gastan los yanquis, pero en este caso, aun sin conocer a las rivales, parece que acertaron y todo.

Uno de esos Oscars, a lo mejor el más merecido, es para Jack Nicholson (R.P. McMurphy), posiblemente el actor protagonista que más divertido es capaz de ser, y a la vez el que más miedo es capaz de dar sólo con una mirada. Imponente también, e igualmente condecorada, la mala malísima del cuento, la terrible enfermera Ratched a quien da vida Louise Fletcher. No menos destacable, aunque no se llevara monigote dorado, es la actuación de ese pequeño gran hombre llamado Danny DeVito (Martini), quien en este papel secundario, puede que uno de los pocos de su carrera que en rigor no fueran cómicos, logra mantener el nivel del drama regalando de vez en cuando momentos impagables de risa. De hecho, en general todo el reparto está brillante, pero si nos ponemos a enumerarlos no nos da tiempo a hablar del director, el checo Miloš Forman, quien consigue sacar el máximo de los intérpretes, muchos de ellos desconocidos hasta este rodaje. Bien es cierto que el guión ayuda: se trata de una historia que engancha, extraña hasta límites desconcertantes, de lo más increíble si se analiza en frío pero que, tal como está contada, parece lo más natural del mundo.

¿Por qué, entonces, pese a tanta alabanza no le cae la estrella que le falta? Un crítico documentado alegaría motivos serios y meditados, como por ejemplo que la fotografía es correcta, sin más, o que aunque luego mejora y engancha sin contemplaciones, el ritmo en los primeros minutos se hace algo lento. Yo me he buscado una razón más prosaica: en 133 minutos de cinta, que cierto es que se hace más corta pero no dejan de ser dos horas holgadas, no hay una sola referencia que aclare a cuento de qué ese título, que si se cambiara por cualquier otro nadie notaría la diferencia. Vale, luego se pone uno a investigar y resulta que es una frase sacada de la novela original, en una escena que el director decidió no rodar. Pero estarán conmigo en que la misión de un espectador medio no es ponerse a investigar, ¿no?

La próxima (esperemos que tarde menos de un año): Resacón en Las Vegas