Tú y yo
(Io e te)
Italia, 2012
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Si es que no lo hace ya, la ciencia de la antropología social debería incluir en sus estudios un concepto clave en las relaciones humanas: la reputación. Siempre hay casos flagrantes y clamorosos de personas que se cargan toda su trayectoria con algún gesto chocante, pero en general no tendemos a valorar a alguien por acciones puntuales, sino que consideramos sus hazañas y fracasos anteriores antes de formarnos una opinión. De tal manera, si el balance es positivo, inconscientemente somos más propensos a perdonar sus pecados, mientras que en caso contrario nos lanzamos al cuello ante cualquier desliz. Es una actitud probablemente injusta, pero tan natural como inevitable.
El italiano Bernardo Bertolucci es un tipo con la fortuna de contar con una reputación excelente en lo suyo, que es dirigir películas. No cabe duda de que se la ha ganado, como se comprueba con facilidad repasando su filmografía repartida a lo largo de varias décadas y llena de obras que público y críticos acostumbran a tener en alta estima. Quien va a ver “una de Bertolucci” acude a la sala predispuesto a aplaudir su arte y su talento… aunque lo que aparezca en pantalla sea tan raro como difícil de asimilar.
Don Bernardo nos plantea en esta ocasión la historia de Lorenzo, un adolescente romano de personalidad, digámoslo sutilmente, compleja, con el que espera que el espectador se sienta identificado. Pero, a pesar del buen trabajo del jovenzuelo debutante Jacopo Olmo Antinori (sólo por comprender lo que exigía de él el guión ya merece elogios), vive de forma tan extraña que cuesta un mundo entenderle y solidarizarse con él. Las dos intervenciones femeninas, la de la hermanastra (Tea Falco, que da el perfil perfecto para hacer de yonki) y la madre (Sonia Bergamasco), no llegan a ser brillantes, pero sí bastante convincentes. De hecho, la película ganaría bastante si la segunda tuviera algo más de protagonismo en la trama.
Argumentará alguien que si el chaval fuera “normal” todo esto no tendría gracia alguna, lo que no deja de ser cierto… pero, pese a tratarse de una edad tan difícil como los 14 años, en ocasiones el sinsentido es de tal calibre que se hace casi imposible de creer. Tampoco ayuda que durante muchos de los 103 minutos de metraje únicamente aparezca Lorenzo, en completa soledad y silencio (ni siquiera hay música), en poses variadas a cuál más desconcertante. No esperen acción vertiginosa, pues se trata de un filme de esos “de pensar”, en los que, en teoría, no se ahonda en lo que los protagonistas hacen o dejan de hacer (que es más bien poco), sino en sus conflictos psicológicos. Algunos de ellos afectan a las relaciones entre personajes, lo que se agradece porque aportan un poco de ritmo, pero en ciertos casos (permítanme no desvelar cuáles) se quedan sin resolver, y otros muchos son propiedad exclusiva de la mente de Lorenzo, estando tan mal explicados que carecen de interés. De hecho, avisados están, la primera media hora se hace pesadísima, si bien con el tiempo remonta el vuelo.
Tengan por seguro que si preguntan por esta película en según qué círculos no oirán más que alabanzas, consecuencia de la devoción casi religiosa que despierta el nombre de su director. Fíense de ellos sólo hasta cierto punto: no es una obra ni mucho menos mala, tiene incluso momentos de brillantez, pero hay demasiados altibajos como para poder considerarla buena, y a ratos resulta lenta y repetitiva. Si les da por ponerse técnicos podrán admirar cosas como la fotografía, o lo inusual del encuadre de algunos planos en un espacio físico tan reducido, pero si van con mentalidad de espectador común, corren grave riesgo de aburrirse.
La próxima: Guerra Mundial Z
(Publicada originalmente en la sección de Cine de Vavel)